domingo, 27 de septiembre de 2015

La llama de la curiosidad


   Al fin terreno llano. Dejas la pesada mochila, te quitas las botas y das un sorbo de agua en el río. Te empiezas a encontrar bien y fantaseas con montar una tienda de campaña. Hace un buen día para explorar, aunque algo parece no encajar en aquel paisaje tan idílico. Un objeto de dudosa procedencia brilla en lo alto de la montaña bajo el intenso sol de la mañana.
"Prefiero que mi mente se abra movida por la curiosidad a que se cierre movida por la convicción"

Te espera un largo camino. Plantas silvestres, terreno escarpado, animales hostiles y falta de alimento. Sediento pero a la par decidido, avanzas hacia tu objetivo sin dudarlo ni un momento.

Anochece y comienza la tormenta. Truenos, lluvia y oscuridad. La situación se complica. ¿ Quién no teme una noche sin luna?
Las fuerzas te flaquean y la visión se te nubla. El verbo rendirse está latente en tu pensamiento. Estás al borde de la inconsciencia.

No sabes muy bien como, pero has llegado a tu destino. Es el objeto más precioso que has visto en tu vida y estás a escasos metros de poder tocarlo. Abres la cremallera de la mochila y estiras la mano en un gesto instintivo para alcanzarlo. En un abrir y cerrar de ojos, un águila emerge de una nube y se hace visible. Cae en picado hacia ti y antes de que ocurra, ya puedes predecir el resultado final. Después de un golpe seco, el objeto rebota contra el suelo y sale despedido hacia el acantilado. Cierras la mochila lentamente, dando lugar a una situación un tanto grotesca. 
Una risa gutural, profunda y lejos de lo mundano se repite gracias al eco a lo largo y ancho del valle. Te sientes satisfecho. Es hora de montar una hoguera y disfrutar del merecido descanso.




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